Abismo abismal

Supongo que no tengo principio por el que empezar. Pero me conformo con retomar esto de la palabra por donde lo dejé. A veces el significante de cada una de ellas nos ayuda a comprender mejor su significado. Me reconforta volver a «llamar a cada cosa por su nombre», como suele decir mi padre. Hacerlo me ayuda a entender ciertos contextos, interiorizarlos y resgistrarlos en mi diccionario de sinónimos y antónimos de la experiencia.

Aunque para esta ocasión, no sólo me ha hecho falta el abecedario y un inventario de metáforas; he necesitado también ponerle la voz de la conciencia, las caras que no quería mirar, el diálogo que se nos escapaba, las luces que nos faltaban, la butaca sin prisas para sentarnos a ver la representación de un escenario hecho carne.

Aquello fue un verdadero empache de realidad. Abrí los ojos después de tanto tiempo ignorándome, me afloró el monólogo interior que llevaba meses incubando. Mi recreo de ceguera llegó a su fin. Una bofetada contundente, una bomba para el estómago de los sentimientos indigestos. No pude siquiera disfrutar de la fugacidad del momento. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, dicen. Yo digo tres veces amargo. Sentir de nuevo el roce de su cercanía me hizo sentir su presencia más lejos que nunca. En ese instante fui consciente del abismo que nos separaba. Lo palpé con ese tacto tan sutil que tiene la conciencia. Me dieron vértigo los kilómetros de incomprensión acomodada, intolerancia, rencor, paciencia corrompida, podredumbre orgullosa, argumentos cargados de electricidad, reproches acumulados, egoísmo de dos ególatras, de dos personas quizá demasiado diferentes. Deseé poder superarlo todo de un salto, pero no supe de qué estaría hecho el impulso.

Tan sólo me di cuenta de que hace ya algún tiempo que nos hablamos sin decirnos nada, que nos mordemos la lengua, que vivimos bajo el mismo techo y en mundos distintos, sobre los mismos cimientos y diferentes ideas, que vivimos sin convivir. No sé dónde quedó el cordón umbilical que nunca consiguieron arrancarnos, la risa tonta entre horas, los silencios cargados de significado, los abrazos terapéuticos, los remedios para todos los males, las palabras bálsamo, la compañía mútua, la cordialidad incondicional de dos personas en el fondo demasiado parecidas.

Podría haber aprovechado las voces, las caras, el diálogo, las luces, las butacas, el escenario y la representación para sincerarme y ponerle palabras al sentimiento que sé que ahogó por momentos a dos almas altivas como las nuestras. Pero sólo fuimos capaces de apretarnos las manos, de tragarnos la nostalgia de ti, de mi. Cuando se cerró el telón y el teatro desapareció, el recuerdo de lo que ambas fuimos volvió a la nada que nos creó. Y como dos desconocidas con la misma sangre nos sorbimos la soberbia, nos limpiamos las lágrimas con disimulo y nos abrochamos los abrigos, preparadas para volver al frío invierno de nuestras vidas.

Desde mi lado del abismo te observo caminar, y vuelvo a sentir el peso de mi culpa, de la tuya, lo amargo de saberte tan cerca y a la vez tan lejos. Si al menos me sobrasen cuatro palabras para contarte cuánto te echo de menos…